lunes, 26 de febrero de 2007

Lagunas de Ruidera




Oyendo lo cual el venerable Montesinos, se puso de rodillas ante el lastimado caballero, y, con lágrimas en los ojos, le dijo: "Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían, de haberos andado en las entrañas; y, por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé, saliendo de Roncesvalles, eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal, y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado, a la presencia de la señora Belerma; la cual, con vos, y conmigo, y con Guadiana, vuestro escudero, y con la dueña Ruidera y sus siete hijas y dos sobrinas, y con otros muchos de vuestros conocidos y amigos, nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera; las siete son de los reyes de España, y las dos sobrinas, de los caballeros de una orden santísima, que llaman de San Juan. Guadiana, vuestro escudero, plañendo asimesmo vuestra desgracia, fue convertido en un río llamado de su mesmo nombre; el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es posible dejar de cudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el sol y las gentes le vean.
He aquí una gran alegoría. He pensado que quedaría bonito introducir unas fotos para que os hagais una idea de las Lagunas de Ruidera.

jueves, 22 de febrero de 2007

La rueda de la fortuna 


El libro de Don Quijote no es sólo un arrebato del autor contra las novelas de caballerias, es también un reflejo de esa realidad escrita sobre una realidad del momento.
Por lo tanto pasaran por el filtro Quijotesco la búsqueda de honra, valor, aventuras y la inestable fortuna que pocas veces tendrán Quijote y Sancho a su favor.
En la primera parte encontramos la cita :
"rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino”
Que enlaza esa fortuna que brilla por su auséncia entre los dos protagonistas con esos molinos que son el primer elemento que don quijote adapta a su voluntad asemejandolos con gigantes.

miércoles, 21 de febrero de 2007

vuestra merced loco y yo mentecato

—Eso haré yo de muy buena gana, señor mío —respondió Sancho—, con condición que vuestra merced no se ha de enojar de lo que dijere, pues quiere que lo diga en cueros [30], sin vestirlo de otras ropas de aquellas con que llegaron a mi noticia.
—En ninguna manera me enojaré —respondió don Quijote—. Bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.
—Pues lo primero que digo —dijo [
*]—; es que el vulgo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato. Los hidalgos dicen que, no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra, y con un trapo atrás y otro adelante [31]. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos [32], especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos [33] y toman los puntos de las medias negras con seda verde [34].
—Eso —dijo don Quijote— no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido, y jamás remendado: roto, bien podría ser [
35], y el roto, más de las armas que del tiempo.
—En lo que toca —prosiguió Sancho— a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuestra merced, hay diferentes opiniones. Unos dicen: «loco, pero gracioso»; otros, «valiente, pero desgraciado»; otros, «cortés, pero impertinente»; y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos dejan hueso sano.
—Mira, Sancho —dijo don Quijote—: dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida [
36]. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia [37]. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres [38]. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho [39]. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle [40]. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón [41]. Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas [*] calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho.
—¡Ahí está el toque, cuerpo de mi padre [
42]! —replicó Sancho.
—Pues ¿hay más? —preguntó don Quijote.

—Aún la cola falta por desollar [43] —dijo Sancho—: lo de hasta aquí son tortas y pan pintado [44]; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen [45], yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja [46], que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller [47], y yéndole yo a dar la bienvenida me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha [48]; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
—Yo te aseguro, Sancho —dijo don Quijote—, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
—¡Y cómo —dijo Sancho— si era sabio y encantador, pues, según dice el bachiller Sansón Carrasco [
49], que así se llama el que dicho tengo, que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena [50]!

martes, 20 de febrero de 2007

Con la iglesia hemos dado


—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol [
5] —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento de su alcázar [
6], solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
(...)
Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho [
11].

Que hablen de mí, aunque sea mal

Pues a fe de bueno que no he dicho yo mal de ningún encantador, ni tengo tantos bienes que pueda ser envidiado; bien es verdad que soy algo malicioso y que tengo mis ciertos asomos de bellaco, pero todo lo cubre y tapa la gran capa de la simpleza mía, siempre natural y nunca artificiosa [22]; y cuando otra cosa no tuviese sino el creer, como siempre creo, firme y verdaderamente en Dios y en todo aquello que tiene y cree la santa Iglesia Católica Romana [23], y el ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí y tratarme bien en sus escritos [24]. Pero digan lo que quisieren, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano [25]; aunque por verme puesto en libros y andar por ese mundo de mano en mano, no se me da un higo que digan de mí todo lo que quisieren [26].
—Eso me parece, Sancho —dijo don Quijote—, a lo que sucedió a un famoso poeta destos tiempos, el cual, habiendo hecho una maliciosa sátira contra todas las damas cortesanas [27], no puso ni nombró en ella a una dama que se podía dudar si lo era o no; la cual, viendo que no estaba en la lista de las demás, se quejó al poeta diciéndole que qué había visto en ella para no ponerla en el número de las otras, y que alargase la sátira y la pusiese en el ensanche [28]: si no, que mirase para lo que había nacido [29]. Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas [30], y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame.
(8,II)

La bendición de Dulcinea

(Imagen: Ducinea ahechando trigo; tal y como la imaginó Sancho y Gustavo Doré)

—Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar [7], y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí [*] tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea; con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima [*] a toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas [8].
—Yo así lo creo —respondió Sancho—, pero tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte a lo menos que pueda recebir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.
—¿Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho —dijo don Quijote—, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías, o corredores, o lonjas o como las llaman [
9], de ricos y reales palacios.
—Todo pudo ser —respondió Sancho—, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.
—Con todo eso, vamos allá, Sancho —replicó don Quijote—, que, como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas [10], o por resquicios, o verjas de jardines, que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá [*] mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía [11].
—Pues en verdad, señor —respondió Sancho—, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos [
12]; y debió de ser que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije [13], el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.

(8,II)

De zuecos a chapines



—Yo os digo, mujer —respondió Sancho—, que si no pensase antes de mucho tiempo verme gobernador de una ínsula, aquí me caería muerto.

—Eso no, marido mío —dijo Teresa—, viva la gallina, aunque sea con su pepita [15]: vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora y sin gobierno os iréis [16], o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido. Como esos hay en el mundo que viven sin gobierno [17], y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del mundo es la hambre [18]; y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho, si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos. Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia [19]. Mirad también que Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos: que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con gobierno, y en fin, en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada [20].

—A buena fe —respondió Sancho— que si Dios me llega a tener algo qué de [*] gobierno [21], que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente, que no la alcancen sino con llamarla «señoría [*]».

—Eso no, Sancho —respondió Teresa—: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines [22], y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda [23], y de una Marica y un a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha [24], y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera [25].


(5,II)

sábado, 17 de febrero de 2007

Receta para desterrar la melancolía


Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora [*] se muestra delante de nosotros [4] un gran lago de pez hirviendo a borbollones [5], y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: «Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor, porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas [6] que debajo desta negregura yacen [7]»? ¿Y que apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa [8]? Allí le parece que el cielo es más transparente y que el sol luce con claridad más nueva [9]. Ofrécesele a los ojos una apacible floresta [10] de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando [11]. Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido [12] y puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe variado [13] y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco adornada [*][14], adonde las menudas conchas de las almejas con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas [15], hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence [16]. Acullá de improviso se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcázar [17], cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos [18]: finalmente, él es de tan admirable compostura, que, con ser la materia de que está formado no menos que de diamantes, de carbuncos [19], de rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación su hechura. ¿Y hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar, y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago [20], y llevarle [*], sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos y vestirle una camisa de cendal delgadísimo [21], toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros [22], que, por lo menos [*] menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun más [23]? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que tras todo esto le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas con tanto concierto, que queda suspenso y admirado? ¿Qué el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada [24]? ¿Qué el hacerle sentar sobre una silla de marfil? ¿Qué verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio? ¿Qué el traerle tanta diferencia de manjares [25], tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oír la música que en tanto que come suena sin saberse quién la canta ni adónde suena? ¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre [26], entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquel y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia [27]? No quiero alargarme más en esto, pues dello se puede colegir que cualquiera parte que se lea de cualquiera historia de caballero andante ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que la leyere. Y vuestra merced créame y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala.




(50,I)

viernes, 16 de febrero de 2007

La liberalidad del pobre no es tal

De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente [28], comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos [29]; y aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo y no me siendo contraria la fortuna [30], en pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra. Que, mía fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que solo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras [31]. Por esto querría que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis amigos [32], especialmente a este pobre de Sancho Panza, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querría darle un condado que le tengo muchos días ha prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.

Gobernar a pierna tendida


—Trabaje vuestra merced, señor don Quijote, en darme ese condado tan prometido de vuestra merced como de mí esperado, que yo le prometo que no me falte a mí habilidad para gobernarle; y cuando me faltare, yo he oído decir que hay hombres en el mundo que toman en arrendamiento los estados de los señores y les dan un tanto cada año, y ellos se tienen cuidado del gobierno, y el señor se está a pierna tendida [34], gozando de la renta que le dan, sin curarse de otra cosa: y así haré yo, y no repararé en tanto más cuanto [35], sino que luego me desistiré de todo [36] y me gozaré mi renta como un duque, y allá se lo hayan [37].
—Eso, hermano Sancho —dijo el canónigo—, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero, al administrar justicia ha de atender [
*] el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si esta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto [38].
—No sé esas filosofías [
39] —respondió Sancho Panza—, mas solo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo: y siéndolo, haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento; y en estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro [40].


(L,I)

Mentira y liviandad

(Habla el canónigo)
—¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? ¿Y cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises [16] y aquella turbamulta de tanto famoso caballero [17], tanto emperador de Trapisonda [18], tanto Felixmarte [*] de Hircania [19], tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos [*], tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados casos [*] como los libros de caballerías contienen [20]? De mí sé decir que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas [21] y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener [*] por verdaderas tantas necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos [22], como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso encerrarle en una jaula y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él dejando que le vean.
(49,I)

Destos que dicen las gentes que a sus aventuras van...


—Pues yo —replicó don Quijote— hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo [38] y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecía la mesma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. Porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfría, ni la tierra sustenta; porque ¿qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible, que sucedió en el tiempo de Carlomagno [39], que voto a tal que es tanta verdad como es ahora de día? Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra [*], que anda hasta ahora convertido en cuervo, y le esperan en su reino por momentos [40]. Y también se atreverán a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino [41], y la de la demanda del Santo Grial [42], y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo [43], como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña [44]. Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de partes de mi padre [45], cuando veía [*] alguna dueña con tocas reverendas [46]: «Aquella, nieto, se parece a la dueña Quintañona»; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella, o por lo menos debió de alcanzar a ver algún retrato suyo. Pues ¿quién podrá negar no ser verdadera la historia de Pierres y la linda Magalona, pues aun hasta hoy día se vee [*] en la armería de los reyes la clavija con que volvía al caballo [*] de madera sobre quien iba el valiente Pierres por los aires, que es un poco mayor que un timón de carreta [47]? Y junto a la clavija está la silla de Babieca, y en Roncesvalles está el cuerno de Roldán [48], tamaño como una grande viga. De donde se infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides y otros caballeros semejantes,
destos que dicen las gentes
que a sus aventuras van.
(49,I)

Gana de hacer lo que no se escusa


(Don Quijote vuelve a casa en una jaula, víctima de un "encantamiento", aunque para Sancho es víctima de malicias. El escudero se preocupa de sus necesidades...)



—Eso pido —replicó Sancho—, y lo que quiero saber es que me diga, sin añadir ni quitar cosa ninguna, sino con toda verdad, como se espera que la han de decir y la dicen todos aquellos que profesan las armas, como vuestra merced las profesa, debajo de título de caballeros andantes...
—Digo que no mentiré en cosa alguna —respondió don Quijote—. Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas [
47], plegarias y prevenciones, Sancho [*].
—Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo, y, así, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento [
48], si acaso después que vuestra merced va enjaulado y a su parecer encantado en esta jaula le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores [49], como suele decirse.
No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te responda derechamente.
—¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer [
*] aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello [50]. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa [51].
—¡Ya, ya te entiendo, Sancho! Y muchas veces, y aun agora la tengo. ¡Sácame deste peligro, que no anda todo limpio [
52]!


(48,I)

Princesas fregonas y reyes ganapanes


—En materia ha tocado vuestra merced, señor canónigo —dijo a esta sazón el cura—, que ha despertado en mí un antiguo rancor que tengo con las comedias que agora se usan, tal, que iguala al que tengo con los libros de caballerías; porque habiendo de ser la comedia, según le parece a Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres y imagen [*] de la verdad [19], las que ahora se representan son espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágenes de lascivia. Porque ¿qué mayor disparate puede ser en el sujeto que tratamos que salir un niño en mantillas en la primera scena [*] del primer acto [20], y en la segunda salir ya hecho hombre barbado [21]? ¿Y qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo rectórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona [22]? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden o podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África, y aun, si [*] fuera de cuatro jornadas, la cuarta acababa [*] en América, y, así, se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo [23]? Y si es que la imitación es lo principal que ha de tener la comedia, ¿cómo es posible que satisfaga a ningún [*] mediano entendimiento que, fingiendo una acción que pasa en tiempo del rey Pepino y Carlomagno, el mismo que en ella hace la persona principal le atribuyan [*] que fue el emperador Heraclio, que entró con la Cruz en Jerusalén, y el que ganó la Casa Santa, como Godofre de Bullón, habiendo infinitos años de lo uno a lo otro [24]; y fundándose [*] la comedia sobre cosa fingida, atribuirle verdades de historia y mezclarle pedazos de otras sucedidas a diferentes personas y tiempos, y esto no con trazas verisímiles, sino con patentes errores, de todo punto inexcusables?


(...)

Y no tienen la culpa desto los poetas que las componen, porque algunos hay dellos que conocen muy bien en lo que yerran y saben estremadamente lo que deben hacer, pero, como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y dicen verdad, que los representantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez; y, así, el poeta procura acomodarse con lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide.


(48, I)

Fábulas milesias


—Verdaderamente, señor cura, yo hallo por mi cuenta que son perjudiciales en la república estos que llaman libros de caballerías [42]; y aunque he leído [*], llevado de un ocioso y falso gusto, casi el principio de [*] todos los más que hay impresos [43], jamás me he podido acomodar a leer ninguno del principio al cabo, porque me parece que, cuál más, cuál menos, todos ellos son una mesma cosa, y no tiene más este que aquel, ni estotro que el otro. Y según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados, que atienden solamente a deleitar, y no a enseñar, al contrario de lo que hacen las fábulas apólogas, que deleitan y enseñan juntamente [44]. Y puesto que el principal intento de semejantes libros sea el deleitar [45], no sé yo cómo pueden conseguirle, yendo llenos de tantos y tan desaforados disparates: que el deleite que en el alma se concibe ha de ser de la hermosura y concordancia que vee o contempla en las cosas que la vista o la imaginación le ponen delante, y toda cosa que tiene en sí fealdad y descompostura no nos puede causar contento alguno. Pues ¿qué hermosura puede haber, o qué proporción de partes con el todo y del todo con las partes [46], en un libro o fábula donde un mozo de diez y seis años da una cuchillada a un gigante como una torre y le divide en dos mitades, como si fuera de alfeñique [47], y que cuando nos quieren pintar una batalla, después de haber dicho que hay de la parte de los enemigos un millón de competientes [*][48], como sea contra ellos el señor del libro [49], forzosamente, mal que nos pese, habemos de entender que el tal caballero alcanzó la vitoria por solo el valor de su fuerte brazo [50]? Pues ¿qué diremos de la facilidad con que una reina o emperatriz heredera se conduce en los brazos de un andante y no conocido caballero [51]? ¿Qué ingenio, si no es del todo bárbaro e inculto, podrá contentarse leyendo que una gran torre llena de caballeros va por la mar adelante [52], como nave con próspero viento, y hoy anochece en Lombardía [53] y mañana amanezca en tierras del Preste Juan de las Indias [54], o en otras que ni las describió [*] Tolomeo ni las vio Marco Polo [55]? Y si a esto se me respondiese que los que tales libros componen los escriben como cosas de mentira y que, así, no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades, responderles hía [*] yo [56] que tanto la mentira es mejor cuanto más parece verdadera y tanto más agrada cuanto tiene más de lo dudoso y posible [57]. Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe. No he visto ningún libro de caballerías que haga un cuerpo de fábula entero con todos sus miembros, de manera que el medio corresponda al principio, y el fin al principio y al medio, sino que los componen con tantos miembros [58], que más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada [59]. Fuera desto, son en el estilo duros; en las hazañas, increíbles; en los amores, lascivos; en las cortesías, malmirados; largos en las batallas, necios en las razones, disparatados en los viajes, y, finalmente, ajenos de todo discreto artificio y por esto dignos de ser desterrados de la república cristiana, como a gente [*] inútil.


(47, I)

Debajo de ser hombre puedo ser Papa


Y volviéndose a mirar al cura, prosiguió diciendo:
—¡Ah, señor cura, señor cura! ¿Pensaba [
*] vuestra merced que no le conozco y pensaba [*] que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escaseza la liberalidad [29]. ¡Mal haya el diablo, que si por su reverencia no fuera [30], esta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona y yo fuera conde por lo menos, pues no se podía esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste Figura como de la grandeza de mis servicios! Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahí: que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino y que los que ayer estaban en pinganitos hoy están por el suelo [31]. De mis hijos y de mi mujer me pesa [32], pues cuando podían y debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey [*] de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace [*][33], y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo [34] y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso.

—¡Adóbame esos candiles [35]! —dijo a este punto el barbero—. ¿También vos, Sancho, sois de la cofradía de vuestro amo? ¡Vive el Señor que voy viendo que le habéis de tener compañía en la jaula [36] y que habéis de quedar tan encantado como él, por lo que os toca de su humor y de su caballería! En mal punto os empreñastes de sus promesas [37] y en mal hora se os entró en los cascos la ínsula que tanto deseáis.
Yo no estoy preñado de nadie —respondió Sancho—, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese [
38], y, aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa [39], cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro [40]. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso [41]. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad, y quédese aquí, porque es peor meneallo.


(47,I)

Como a las telas de mi corazón

—No hay camino tan llano —replicó Sancho—, que no tenga algún tropezón o barranco; en otras casas cuecen habas, y en la mía, a calderadas [42]; más acompañados y paniaguados [43] debe de tener la locura que la discreción. Mas si es verdad lo que comúnmente se dice, que el tener compañeros [*] en los trabajos suele servir de alivio en ellos [44], con vuestra merced podré consolarme, pues sirve a otro amo tan tonto como el mío.
—Tonto, pero valiente —respondió el del Bosque—, y más bellaco que tonto y que valiente.
—Eso no es el mío —respondió Sancho—, digo, que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro [
45]: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle [46], por más disparates que haga.
(13,II)

Cosas de amor

—¿Por ventura, señor caballero —preguntó el del Bosque a don Quijote—, sois enamorado [*]?
—Por desventura lo soy —respondió don Quijote—, aunque los daños que nacen de los bien colocados pensamientos antes se deben tener por gracias que por desdichas [
46].
—Así es la verdad —replicó el del Bosque—, si no nos turbasen la razón y el entendimiento los desdenes, que, siendo muchos, parecen venganzas.
—Nunca fui desdeñado de mi señora —respondió don Quijote.
(12, II)

Diálogo entre escuderos

—Real y verdaderamente —respondió el del Bosque—, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros [19] y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos [*], que tengo tres como tres orientales perlas.
—Dos tengo yo —dijo Sancho—, que se pueden presentar al papa en persona [
20], especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
—¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? —preguntó el del Bosque.
—Quince años, dos más a menos [
21] —respondió Sancho—, pero es tan grande como una lanza y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán [22].
—Partes son esas [
23] —respondió el del Bosque— no solo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque [24]. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca [25]!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo [
26], mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
—¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced [
27] —replicó el del Bosque— de achaque de alabanzas [*], señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza [28], o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!», y aquello que parece vituperio, en aquel término [29], es alabanza notable? Y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes [30].
(13,II)