—Real y verdaderamente —respondió el del Bosque—, señor escudero, que tengo propuesto y determinado de dejar estas borracherías destos caballeros [19] y retirarme a mi aldea, y criar mis hijitos [*], que tengo tres como tres orientales perlas.
—Dos tengo yo —dijo Sancho—, que se pueden presentar al papa en persona [20], especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
—¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? —preguntó el del Bosque.
—Quince años, dos más a menos [21] —respondió Sancho—, pero es tan grande como una lanza y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán [22].
—Partes son esas [23] —respondió el del Bosque— no solo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque [24]. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca [25]!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
—Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo [26], mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
—¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced [27] —replicó el del Bosque— de achaque de alabanzas [*], señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza [28], o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!», y aquello que parece vituperio, en aquel término [29], es alabanza notable? Y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes [30].
(13,II)
—Dos tengo yo —dijo Sancho—, que se pueden presentar al papa en persona [20], especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
—¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? —preguntó el del Bosque.
—Quince años, dos más a menos [21] —respondió Sancho—, pero es tan grande como una lanza y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán [22].
—Partes son esas [23] —respondió el del Bosque— no solo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque [24]. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca [25]!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
—Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo [26], mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
—¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced [27] —replicó el del Bosque— de achaque de alabanzas [*], señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza [28], o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!», y aquello que parece vituperio, en aquel término [29], es alabanza notable? Y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes [30].
(13,II)
No hay comentarios:
Publicar un comentario