lunes, 26 de febrero de 2007
Lagunas de Ruidera
jueves, 22 de febrero de 2007
La rueda de la fortuna
En la primera parte encontramos la cita :
miércoles, 21 de febrero de 2007
vuestra merced loco y yo mentecato
—En ninguna manera me enojaré —respondió don Quijote—. Bien puedes, Sancho, hablar libremente y sin rodeo alguno.
—Pues lo primero que digo —dijo [*]—; es que el vulgo tiene a vuestra merced por grandísimo loco, y a mí por no menos mentecato. Los hidalgos dicen que, no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra, y con un trapo atrás y otro adelante [31]. Dicen los caballeros que no querrían que los hidalgos se opusiesen a ellos [32], especialmente aquellos hidalgos escuderiles que dan humo a los zapatos [33] y toman los puntos de las medias negras con seda verde [34].
—Eso —dijo don Quijote— no tiene que ver conmigo, pues ando siempre bien vestido, y jamás remendado: roto, bien podría ser [35], y el roto, más de las armas que del tiempo.
—En lo que toca —prosiguió Sancho— a la valentía, cortesía, hazañas y asumpto de vuestra merced, hay diferentes opiniones. Unos dicen: «loco, pero gracioso»; otros, «valiente, pero desgraciado»; otros, «cortés, pero impertinente»; y por aquí van discurriendo en tantas cosas, que ni a vuestra merced ni a mí nos dejan hueso sano.
—Mira, Sancho —dijo don Quijote—: dondequiera que está la virtud en eminente grado, es perseguida [36]. Pocos o ninguno de los famosos varones que pasaron dejó de ser calumniado de la malicia [37]. Julio César, animosísimo, prudentísimo y valentísimo capitán, fue notado de ambicioso y algún tanto no limpio, ni en sus vestidos ni en sus costumbres [38]. Alejandro, a quien sus hazañas le alcanzaron el renombre de Magno, dicen dél que tuvo sus ciertos puntos de borracho [39]. De Hércules, el de los muchos trabajos, se cuenta que fue lascivo y muelle [40]. De don Galaor, hermano de Amadís de Gaula, se murmura que fue más que demasiadamente rijoso; y de su hermano, que fue llorón [41]. Así que, ¡oh Sancho!, entre las tantas [*] calumnias de buenos bien pueden pasar las mías, como no sean más de las que has dicho.
—¡Ahí está el toque, cuerpo de mi padre [42]! —replicó Sancho.
—Pues ¿hay más? —preguntó don Quijote.
—Aún la cola falta por desollar [43] —dijo Sancho—: lo de hasta aquí son tortas y pan pintado [44]; mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen [45], yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja [46], que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar de Salamanca, hecho bachiller [47], y yéndole yo a dar la bienvenida me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha [48]; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
—Yo te aseguro, Sancho —dijo don Quijote—, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia, que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.
—¡Y cómo —dijo Sancho— si era sabio y encantador, pues, según dice el bachiller Sansón Carrasco [49], que así se llama el que dicho tengo, que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena [50]!
martes, 20 de febrero de 2007
Con la iglesia hemos dado
—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol [5] —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento de su alcázar [6], solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
—Con la iglesia hemos dado, Sancho [11].
Que hablen de mí, aunque sea mal
La bendición de Dulcinea
—Yo así lo creo —respondió Sancho—, pero tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte a lo menos que pueda recebir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.
—¿Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho —dijo don Quijote—, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías, o corredores, o lonjas o como las llaman [9], de ricos y reales palacios.
—Todo pudo ser —respondió Sancho—, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.
—Pues en verdad, señor —respondió Sancho—, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos [12]; y debió de ser que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije [13], el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.
De zuecos a chapines
—Eso no, marido mío —dijo Teresa—, viva la gallina, aunque sea con su pepita [15]: vivid vos, y llévese el diablo cuantos gobiernos hay en el mundo; sin gobierno salistes del vientre de vuestra madre, sin gobierno habéis vivido hasta ahora y sin gobierno os iréis [16], o os llevarán, a la sepultura cuando Dios fuere servido. Como esos hay en el mundo que viven sin gobierno [17], y no por eso dejan de vivir y de ser contados en el número de las gentes. La mejor salsa del mundo es la hambre [18]; y como esta no falta a los pobres, siempre comen con gusto. Pero mirad, Sancho, si por ventura os viéredes con algún gobierno, no os olvidéis de mí y de vuestros hijos. Advertid que Sanchico tiene ya quince años cabales, y es razón que vaya a la escuela, si es que su tío el abad le ha de dejar hecho de la Iglesia [19]. Mirad también que Mari Sancha, vuestra hija, no se morirá si la casamos: que me va dando barruntos que desea tanto tener marido como vos deseáis veros con gobierno, y en fin, en fin, mejor parece la hija mal casada que bien abarraganada [20].
—A buena fe —respondió Sancho— que si Dios me llega a tener algo qué de [*] gobierno [21], que tengo de casar, mujer mía, a Mari Sancha tan altamente, que no la alcancen sino con llamarla «señoría [*]».
—Eso no, Sancho —respondió Teresa—: casadla con su igual, que es lo más acertado; que si de los zuecos la sacáis a chapines [22], y de saya parda de catorceno a verdugado y saboyanas de seda [23], y de una Marica y un tú a una doña tal y señoría, no se ha de hallar la mochacha [24], y a cada paso ha de caer en mil faltas, descubriendo la hilaza de su tela basta y grosera [25].
(5,II)
sábado, 17 de febrero de 2007
Receta para desterrar la melancolía
viernes, 16 de febrero de 2007
La liberalidad del pobre no es tal
Gobernar a pierna tendida
—Eso, hermano Sancho —dijo el canónigo—, entiéndese en cuanto al gozar la renta; empero, al administrar justicia ha de atender [*] el señor del estado, y aquí entra la habilidad y buen juicio, y principalmente la buena intención de acertar: que si esta falta en los principios, siempre irán errados los medios y los fines, y así suele Dios ayudar al buen deseo del simple como desfavorecer al malo del discreto [38].
—No sé esas filosofías [39] —respondió Sancho Panza—, mas solo sé que tan presto tuviese yo el condado como sabría regirle, que tanta alma tengo yo como otro, y tanto cuerpo como el que más, y tan rey sería yo de mi estado como cada uno del suyo: y siéndolo, haría lo que quisiese; y haciendo lo que quisiese, haría mi gusto; y haciendo mi gusto, estaría contento; y en estando uno contento, no tiene más que desear; y no teniendo más que desear, acabóse, y el estado venga, y a Dios y veámonos, como dijo un ciego a otro [40].
Mentira y liviandad
Destos que dicen las gentes que a sus aventuras van...
destos que dicen las gentes
Gana de hacer lo que no se escusa
—Digo que no mentiré en cosa alguna —respondió don Quijote—. Acaba ya de preguntar, que en verdad que me cansas con tantas salvas [47], plegarias y prevenciones, Sancho [*].
—Digo que yo estoy seguro de la bondad y verdad de mi amo, y, así, porque hace al caso a nuestro cuento, pregunto, hablando con acatamiento [48], si acaso después que vuestra merced va enjaulado y a su parecer encantado en esta jaula le ha venido gana y voluntad de hacer aguas mayores o menores [49], como suele decirse.
—No entiendo eso de hacer aguas, Sancho; aclárate más, si quieres que te responda derechamente.
—¿Es posible que no entiende vuestra merced de hacer [*] aguas menores o mayores? Pues en la escuela destetan a los muchachos con ello [50]. Pues sepa que quiero decir si le ha venido gana de hacer lo que no se escusa [51].
—¡Ya, ya te entiendo, Sancho! Y muchas veces, y aun agora la tengo. ¡Sácame deste peligro, que no anda todo limpio [52]!
Princesas fregonas y reyes ganapanes
Fábulas milesias
Debajo de ser hombre puedo ser Papa
—¡Ah, señor cura, señor cura! ¿Pensaba [*] vuestra merced que no le conozco y pensaba [*] que yo no calo y adivino adónde se encaminan estos nuevos encantamentos? Pues sepa que le conozco, por más que se encubra el rostro, y sepa que le entiendo, por más que disimule sus embustes. En fin, donde reina la envidia no puede vivir la virtud, ni adonde hay escaseza la liberalidad [29]. ¡Mal haya el diablo, que si por su reverencia no fuera [30], esta fuera ya la hora que mi señor estuviera casado con la infanta Micomicona y yo fuera conde por lo menos, pues no se podía esperar otra cosa, así de la bondad de mi señor el de la Triste Figura como de la grandeza de mis servicios! Pero ya veo que es verdad lo que se dice por ahí: que la rueda de la fortuna anda más lista que una rueda de molino y que los que ayer estaban en pinganitos hoy están por el suelo [31]. De mis hijos y de mi mujer me pesa [32], pues cuando podían y debían esperar ver entrar a su padre por sus puertas hecho gobernador o visorrey [*] de alguna ínsula o reino, le verán entrar hecho mozo de caballos. Todo esto que he dicho, señor cura, no es más de por encarecer a su paternidad haga conciencia del mal tratamiento que a mi señor se le hace [*][33], y mire bien no le pida Dios en la otra vida esta prisión de mi amo [34] y se le haga cargo de todos aquellos socorros y bienes que mi señor don Quijote deja de hacer en este tiempo que está preso.
—Yo no estoy preñado de nadie —respondió Sancho—, ni soy hombre que me dejaría empreñar, del rey que fuese [38], y, aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa [39], cuanto más gobernador de una ínsula, y más pudiendo ganar tantas mi señor, que le falte a quien dallas. Vuestra merced mire cómo habla, señor barbero, que no es todo hacer barbas y algo va de Pedro a Pedro [40]. Dígolo porque todos nos conocemos, y a mí no se me ha de echar dado falso [41]. Y en esto del encanto de mi amo, Dios sabe la verdad, y quédese aquí, porque es peor meneallo.
Como a las telas de mi corazón
—Tonto, pero valiente —respondió el del Bosque—, y más bellaco que tonto y que valiente.
—Eso no es el mío —respondió Sancho—, digo, que no tiene nada de bellaco, antes tiene una alma como un cántaro [45]: no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle [46], por más disparates que haga.
Cosas de amor
—Por desventura lo soy —respondió don Quijote—, aunque los daños que nacen de los bien colocados pensamientos antes se deben tener por gracias que por desdichas [46].
—Así es la verdad —replicó el del Bosque—, si no nos turbasen la razón y el entendimiento los desdenes, que, siendo muchos, parecen venganzas.
—Nunca fui desdeñado de mi señora —respondió don Quijote.
(12, II)
Diálogo entre escuderos
—Dos tengo yo —dijo Sancho—, que se pueden presentar al papa en persona [20], especialmente una muchacha, a quien crío para condesa, si Dios fuere servido, aunque a pesar de su madre.
—¿Y qué edad tiene esa señora que se cría para condesa? —preguntó el del Bosque.
—Quince años, dos más a menos [21] —respondió Sancho—, pero es tan grande como una lanza y tan fresca como una mañana de abril, y tiene una fuerza de un ganapán [22].
—Partes son esas [23] —respondió el del Bosque— no solo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque [24]. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca [25]!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno:
—Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios quiriendo [26], mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente, que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
—¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced [27] —replicó el del Bosque— de achaque de alabanzas [*], señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza [28], o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hecha, suele decir el vulgo: «¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!», y aquello que parece vituperio, en aquel término [29], es alabanza notable? Y renegad vos, señor, de los hijos o hijas que no hacen obras que merezcan se les den a sus padres loores semejantes [30].
(13,II)