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viernes, 2 de marzo de 2007

Montesinos y el corazón de carne momia


Montesinos no es sólo un tópónimo sino que también es un personaje del Romancero que toma su nombre del hecho de haber nacido en un monte despobladodo y que se enfrenta en París al traidor Tomillas que causó su desgracia. En algunos romances es primo de Durandarte (que en la épica francesa es la espada de Roldán), personaje al cual saca el corazón para llevárselo a la señora Belerma. Aunque dice Montesinos que lo puso en salazón, en la ilustración de Doré, parece que huele, ¿no?.

«Ya, señor Durandarte, carísimo primo mío, ya hice lo que me mandastes en el aciago día de nuestra pérdida: yo os saqué el corazón lo mejor que pude, sin que os dejase una mínima parte en el pecho; yo le limpié con un pañizuelo de puntas [26]; yo partí con él de carrera para Francia, habiéndoos primero puesto en el seno de la tierra, con tantas lágrimas, que fueron bastantes a lavarme las manos y limpiarme con ellas la sangre que tenían de haberos andado en las entrañas. Y por más señas, primo de mi alma, en el primero lugar que topé saliendo de Roncesvalles eché un poco de sal en vuestro corazón, porque no oliese mal y fuese, si no fresco, a lo menos amojamado [27] a la presencia de la señora Belerma,"


(23,II)

martes, 20 de febrero de 2007

Con la iglesia hemos dado


—Sancho hijo, guía al palacio de Dulcinea: quizá podrá ser que la hallemos despierta.
—¿A qué palacio tengo de guiar, cuerpo del sol [
5] —respondió Sancho—, que en el que yo vi a su grandeza no era sino casa muy pequeña?
—Debía de estar retirada entonces —respondió don Quijote— en algún pequeño apartamiento de su alcázar [
6], solazándose a solas con sus doncellas, como es uso y costumbre de las altas señoras y princesas.
(...)
Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
—Con la iglesia hemos dado, Sancho [
11].

La bendición de Dulcinea

(Imagen: Ducinea ahechando trigo; tal y como la imaginó Sancho y Gustavo Doré)

—Sancho amigo, la noche se nos va entrando a más andar [7], y con más escuridad de la que habíamos menester para alcanzar a ver con el día al Toboso, adonde tengo determinado de ir antes que en otra aventura me ponga, y allí [*] tomaré la bendición y buena licencia de la sin par Dulcinea; con la cual licencia pienso y tengo por cierto de acabar y dar felice cima [*] a toda peligrosa aventura, porque ninguna cosa desta vida hace más valientes a los caballeros andantes que verse favorecidos de sus damas [8].
—Yo así lo creo —respondió Sancho—, pero tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte a lo menos que pueda recebir su bendición, si ya no se la echa desde las bardas del corral, por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.
—¿Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho —dijo don Quijote—, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías, o corredores, o lonjas o como las llaman [
9], de ricos y reales palacios.
—Todo pudo ser —respondió Sancho—, pero a mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de memoria.
—Con todo eso, vamos allá, Sancho —replicó don Quijote—, que, como yo la vea, eso se me da que sea por bardas que por ventanas [10], o por resquicios, o verjas de jardines, que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá [*] mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía [11].
—Pues en verdad, señor —respondió Sancho—, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos algunos [
12]; y debió de ser que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije [13], el mucho polvo que sacaba se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.

(8,II)

sábado, 17 de febrero de 2007

Receta para desterrar la melancolía


Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora [*] se muestra delante de nosotros [4] un gran lago de pez hirviendo a borbollones [5], y que andan nadando y cruzando por él muchas serpientes, culebras y lagartos, y otros muchos géneros de animales feroces y espantables, y que del medio del lago sale una voz tristísima que dice: «Tú, caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo destas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad de su negro y encendido licor, porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete fadas [6] que debajo desta negregura yacen [7]»? ¿Y que apenas el caballero no ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin ponerse a considerar el peligro a que se pone y aun sin despojarse de la pesadumbre de sus fuertes armas, encomendándose a Dios y a su señora, se arroja en mitad del bullente lago, y cuando no se cata ni sabe dónde ha de parar, se halla entre unos floridos campos, con quien los Elíseos no tienen que ver en ninguna cosa [8]? Allí le parece que el cielo es más transparente y que el sol luce con claridad más nueva [9]. Ofrécesele a los ojos una apacible floresta [10] de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando [11]. Aquí descubre un arroyuelo, cuyas frescas aguas, que líquidos cristales parecen, corren sobre menudas arenas y blancas pedrezuelas, que oro cernido [12] y puras perlas semejan; acullá vee una artificiosa fuente de jaspe variado [13] y de liso mármol compuesta; acá vee otra a lo brutesco adornada [*][14], adonde las menudas conchas de las almejas con las torcidas casas blancas y amarillas del caracol, puestas con orden desordenada, mezclados entre ellas pedazos de cristal luciente y de contrahechas esmeraldas [15], hacen una variada labor, de manera que el arte, imitando a la naturaleza, parece que allí la vence [16]. Acullá de improviso se le descubre un fuerte castillo o vistoso alcázar [17], cuyas murallas son de macizo oro, las almenas de diamantes, las puertas de jacintos [18]: finalmente, él es de tan admirable compostura, que, con ser la materia de que está formado no menos que de diamantes, de carbuncos [19], de rubíes, de perlas, de oro y de esmeraldas, es de más estimación su hechura. ¿Y hay más que ver, después de haber visto esto, que ver salir por la puerta del castillo un buen número de doncellas, cuyos galanos y vistosos trajes, si yo me pusiese ahora a decirlos como las historias nos los cuentan, sería nunca acabar, y tomar luego la que parecía principal de todas por la mano al atrevido caballero que se arrojó en el ferviente lago [20], y llevarle [*], sin hablarle palabra, dentro del rico alcázar o castillo, y hacerle desnudar como su madre le parió, y bañarle con templadas aguas, y luego untarle todo con olorosos ungüentos y vestirle una camisa de cendal delgadísimo [21], toda olorosa y perfumada, y acudir otra doncella y echarle un mantón sobre los hombros [22], que, por lo menos [*] menos, dicen que suele valer una ciudad, y aun más [23]? ¿Qué es ver, pues, cuando nos cuentan que tras todo esto le llevan a otra sala, donde halla puestas las mesas con tanto concierto, que queda suspenso y admirado? ¿Qué el verle echar agua a manos, toda de ámbar y de olorosas flores distilada [24]? ¿Qué el hacerle sentar sobre una silla de marfil? ¿Qué verle servir todas las doncellas, guardando un maravilloso silencio? ¿Qué el traerle tanta diferencia de manjares [25], tan sabrosamente guisados, que no sabe el apetito a cuál deba de alargar la mano? ¿Cuál será oír la música que en tanto que come suena sin saberse quién la canta ni adónde suena? ¿Y, después de la comida acabada y las mesas alzadas, quedarse el caballero recostado sobre la silla, y quizá mondándose los dientes, como es costumbre [26], entrar a deshora por la puerta de la sala otra mucho más hermosa doncella que ninguna de las primeras, y sentarse al lado del caballero y comenzar a darle cuenta de qué castillo es aquel y de cómo ella está encantada en él, con otras cosas que suspenden al caballero y admiran a los leyentes que van leyendo su historia [27]? No quiero alargarme más en esto, pues dello se puede colegir que cualquiera parte que se lea de cualquiera historia de caballero andante ha de causar gusto y maravilla a cualquiera que la leyere. Y vuestra merced créame y, como otra vez le he dicho, lea estos libros, y verá cómo le destierran la melancolía que tuviere y le mejoran la condición, si acaso la tiene mala.




(50,I)

viernes, 16 de febrero de 2007

La liberalidad del pobre no es tal

De mí sé decir que después que soy caballero andante soy valiente [28], comedido, liberal, bien criado, generoso, cortés, atrevido, blando, paciente, sufridor de trabajos, de prisiones, de encantos [29]; y aunque ha tan poco que me vi encerrado en una jaula como loco, pienso, por el valor de mi brazo, favoreciéndome el cielo y no me siendo contraria la fortuna [30], en pocos días verme rey de algún reino, adonde pueda mostrar el agradecimiento y liberalidad que mi pecho encierra. Que, mía fe, señor, el pobre está inhabilitado de poder mostrar la virtud de liberalidad con ninguno, aunque en sumo grado la posea, y el agradecimiento que solo consiste en el deseo es cosa muerta, como es muerta la fe sin obras [31]. Por esto querría que la fortuna me ofreciese presto alguna ocasión donde me hiciese emperador, por mostrar mi pecho haciendo bien a mis amigos [32], especialmente a este pobre de Sancho Panza, mi escudero, que es el mejor hombre del mundo, y querría darle un condado que le tengo muchos días ha prometido, sino que temo que no ha de tener habilidad para gobernar su estado.

Mentira y liviandad

(Habla el canónigo)
—¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa letura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas deste jaez, tan lejos de ser verdaderas como lo está la mesma mentira de la verdad? ¿Y cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises [16] y aquella turbamulta de tanto famoso caballero [17], tanto emperador de Trapisonda [18], tanto Felixmarte [*] de Hircania [19], tanto palafrén, tanta doncella andante, tantas sierpes, tantos endriagos, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamentos [*], tantas batallas, tantos desaforados encuentros, tanta bizarría de trajes, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, tantos enanos graciosos, tanto billete, tanto requiebro, tantas mujeres valientes y, finalmente, tantos y tan disparatados casos [*] como los libros de caballerías contienen [20]? De mí sé decir que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginación en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigo en la cuenta de lo que son, doy con el mejor dellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca o presente le tuviera, bien como a merecedores de tal pena, por ser falsos y embusteros y fuera del trato que pide la común naturaleza, y como a inventores de nuevas sectas [21] y de nuevo modo de vida, y como a quien da ocasión que el vulgo ignorante venga a creer y a tener [*] por verdaderas tantas necedades como contienen. Y aun tienen tanto atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los discretos y bien nacidos hidalgos [22], como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso encerrarle en una jaula y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él dejando que le vean.
(49,I)

Destos que dicen las gentes que a sus aventuras van...


—Pues yo —replicó don Quijote— hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recebida en el mundo [38] y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como vuestra merced la niega, merecía la mesma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. Porque querer dar a entender a nadie que Amadís no fue en el mundo, ni todos los otros caballeros aventureros de que están colmadas las historias, será querer persuadir que el sol no alumbra, ni el yelo enfría, ni la tierra sustenta; porque ¿qué ingenio puede haber en el mundo que pueda persuadir a otro que no fue verdad lo de la infanta Floripes y Guy de Borgoña, y lo de Fierabrás con la puente de Mantible, que sucedió en el tiempo de Carlomagno [39], que voto a tal que es tanta verdad como es ahora de día? Y si es mentira, también lo debe de ser que no hubo Héctor, ni Aquiles, ni la guerra de Troya, ni los Doce Pares de Francia, ni el rey Artús de Ingalaterra [*], que anda hasta ahora convertido en cuervo, y le esperan en su reino por momentos [40]. Y también se atreverán a decir que es mentirosa la historia de Guarino Mezquino [41], y la de la demanda del Santo Grial [42], y que son apócrifos los amores de don Tristán y la reina Iseo [43], como los de Ginebra y Lanzarote, habiendo personas que casi se acuerdan de haber visto a la dueña Quintañona, que fue la mejor escanciadora de vino que tuvo la Gran Bretaña [44]. Y es esto tan ansí, que me acuerdo yo que me decía una mi agüela de partes de mi padre [45], cuando veía [*] alguna dueña con tocas reverendas [46]: «Aquella, nieto, se parece a la dueña Quintañona»; de donde arguyo yo que la debió de conocer ella, o por lo menos debió de alcanzar a ver algún retrato suyo. Pues ¿quién podrá negar no ser verdadera la historia de Pierres y la linda Magalona, pues aun hasta hoy día se vee [*] en la armería de los reyes la clavija con que volvía al caballo [*] de madera sobre quien iba el valiente Pierres por los aires, que es un poco mayor que un timón de carreta [47]? Y junto a la clavija está la silla de Babieca, y en Roncesvalles está el cuerno de Roldán [48], tamaño como una grande viga. De donde se infiere que hubo Doce Pares, que hubo Pierres, que hubo Cides y otros caballeros semejantes,
destos que dicen las gentes
que a sus aventuras van.
(49,I)